Los pueblos de identifican por sus características y cualidades espirituales. Servir a los otros para hacer un mundo más justo.

viernes, 18 de diciembre de 2009

La Democracia y la Libertad de Expresión


En ningún momento histórico alguno, desde que a finales del siglo XVIII, los Estados Occidentales, los primeros, asumieran los principios democráticos acuñados por los padres griegos, y perfilados por los padres de la Revolución Francesa, como una reforma social y de gobierno para el bienestar de las sociedades, se ha llegado a cuestionar el concepto democracia, como “una vacación de la liberación Humana”. Hoy por hoy, todos los Estados, a pesar de las diferencias que puedan existir entre unos y otros; y a pesar de las influencias calcinadas tal vez de una mala colonización y tradicionales, pretenden los Estados, sostener su razón de ser sobre los pilares de las libertades de las personas, propulsadas por la Democracia.
El concepto al que nos referimos no es nuevo, aparece por primera vez en muchas de las antiguas civilizaciones que organizaron sus instituciones sobre la base de los sistemas comunitarios y tribales. África, no está lejos de esta afirmación. Es así que, el primer y mejor ejemplo conocido se halla relativamente en la breve experiencia de algunas Polis de la Antigua Grecia, concretamente en Atenas; pues, no sólo en Grecia, sino que en todo el mundo existieron convivencias de sistemas políticos democráticos de organización tribal. Donde se registraba una estructura funcional coordenada para las estructuras funcionales de las mismas. El pueblo participaba en la toma de decisiones para el bien de todos. Como hemos destacado antes, en África, el sistema tribal de los pueblos forma parte de este sistema, el carácter solidario en él, el interés del bien del poblado estaba por encima de los intereses particulares. Y de hecho, una vez desmembrada esta particularidad carácter de las tribus en África, surgieron los dominios de unos pocos sobre los demás. Comportamiento no desconocido por nadie en esta S.XXI.
Si desde el griego se definió la democracia como “el gobierno del pueblo para y con el pueblo”; definición que hasta la fecha de hoy, sigue siendo la de mayor probabilidad del regimiento para los gobiernos surgidos de la voluntad del pueblo, y que tengan en su conciencia, una sola realidad: “la mutación de los gobiernos por el pueblo y con el pueblo”; Simón Bolívar, profesó en su lucha por los Estados Andinos que “sólo la democracia es susceptible de una absoluta libertad, libertad que se define como el poder que tiene cada hombre de hacer cuanto no esté prohibido por la ley. Si nos molestamos detalladamente, podríamos llenar las bibliotecas con variedades de definiciones de la Democracia; unos para el bien de todos, y otros para el amparo de los propios dirigentes. Pues, en estas variables perspectivas, me he sentido identificado con la definición del ex presidente sudafricano, Nelson Mandela, quien dijo en Ushuaia en el año 1998 que “si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos elementales de las personas, la democracia es una cáscara vacía, aunque los ciudadanos voten y tengan Parlamentos”.
Por otra parte, el fin último de una democracia madura, es aceptar la voluntad del pueblo sin coacción alguna, garantizar la plenitud del bienestar social, político, cultural y económico de los ciudadanos para un cambio progresista y positivo; en este obrar positivo, se acertó el primer matrimonio político-social que existe entre lo que quiere la persona humana y el medio por donde desarrolla su vida, cual es: la democracia y las libertades humanas.
Existe una trascendencia que nos revela que la democracia sea tal vez, desde la existencia humana, el sistema político por excelencia en el mundo; porque a parte de ser un sistema político, es una manifestación cultural de vida, es una forma de vivir dignamente. Y de hecho, muchos ya se identifican hoy con la cultura democrática; en ella se converge la “doctrina de la imparcialidad”. Y consecuentemente, conduce generalmente hacia un gobierno en función de la protección de derechos humanos; entre ellos, el derecho de la libertad como una manifestación singular, frente a los gobiernos mínimos caracterizados en un confusionismo total, creando figuras como “el Estado familia” (un grupo de personas, por afinidades familiares y de amistad monopolizan la dirección de los bienes públicos del Estado sin control alguno). Para ello, hay que concebir que es un error cuando algunos determinados Estados se atribuyen denominarse Estados democráticos; no quita que se puede, evidentemente, constatar algunas peculiaridades por cada Estado: unos son más liberales que otros, en algunos aspectos; pero generalmente, en todos se, constata climas convergentes; porque, el fin último que ofrece la democracia no es otro que el alcance de las plenas libertades sociales, económicas y políticas por parte de toda la población y consecuentemente, el alcance del bienestar social.
La libertad como tendencia se ejerce en el presente, evidentemente de la herencia recibida del pasado y proyectando su plenitud para el futuro; por lo que en muchas sociedades, que hoy decimos que son identificadas por la falta de libertad son consecuencia de la herencia recibida de sus pasados, y de la persistencia por el dominio de unos sobre los otros. Porque, como se recoge en José María Aznar Cartas a un Joven Español dice, “una sociedad es verdaderamente libre cuando sabe quien es y de donde viene; cuando conoce los límites de lo que puede y no puede hacer”
[1].
En democracia, evidentemente, la libertad implica la capacidad de los ciudadanos de poder asumir, elegir y saber elegir para el bien de la sociedad; esta elección requiere siempre que sea ejercida con la razón y no bajo los impulsos coaccionados de una determinada personalidad con influencias. Pues, por lo tanto, cuando elegimos lo hacemos porque sabemos qué elegimos y por qué lo elegimos; en el preciso momento esta peculiaridad es ausente, distaría mucho afirmar que hay democracia en tal o cual sociedad. La característica esencial de la libertad y defendida por muchos analistas es que “pretende dar razón de los actos, la responsabilidad, en contra de una libertad preconizada para justificar qué deben hacer o no las personas de una determinada sociedad”.
Con todo lo anteriormente expuesto, en relación a la política, “la razón última de la acción política es la expansión de la libertad en la democracia”, afirma Aznar; porque, en la puerta del presente S.XXI, es inconcebible una democracia sin libertad y una supuesta libertad sin democracia; es decir, que la libertad es en democracia como el equilibrio que mantiene la naturaleza. El primer parámetro a utilizar en una sociedad que se dice ser democrática, consiste en conocer hasta qué nivel los ciudadanos se sienten satisfechos con el sistema social con el que se conduce el Estado, por el gobierno de turno; consiste saber si los ciudadanos son capaces de manifestar públicamente sus divergencias de alguna gestión de la cosa pública; porque la libertad, aquí evangelizada es aquella que se nutre principalmente del respeto a las instituciones del Estado, el respeto a la Persona Humana y el respeto a la legislación en vigor. En muchas sociedades nuestras, de las llamadas Tercer Mundo, a pesar de las apreciadas y excelentes leyes que puedan existir del constante uso de sus respectivas autoridades a los conceptos de democracia y libertad, suele resultar que la realidad social constatada o mejor vivida, es otra.
Se convierte en una característica propia en estos Estados, la denominación de “Repúblicas Democráticas” o de “Formaciones Políticas Democráticas”, mientras que se siente un aire muy lejano de los principios democráticos; mientras que en la concepción real y práctica, hay que buscar en la sombra de otro sistema, el vértice de la democracia. Los dirigentes se convierten en los voceros públicos para predicar que la comunidad humana goza y vive en una supuesta libertad vertida en democracia. Mientras que esta misma población se siente incapaz de reconocer lo predicada con una conciencia digna, sana y coherente. Pues, cuando tal comportamiento sucede en un Estado, naturalmente hay mucho que desear y se desvirtúa la vida de las personas.
No obstante, merece tener en cuenta que, edificar una sociedad con libertades exige, naturalmente, un compromiso, un intenso trabajo, una entrega, un ofrecimiento, y ser moderadamente flexible; y en la historia humana, ninguna sociedad haya recibido gratuitamente la libertad; la libertad no se ofrece, sino que se conquista. Así lo hicieron los franceses con el asalto a la Bastilla, los norteamericanos contra los barcos ingleses; los españoles, Madrid en el asalto del 2 de mayo; los padres de las independencias africanas en la década de los cincuenta, etc., etc.…; pues, cabe la redundancia, para quienes no lo saben que una sociedad libre no es un regalo que se recibe por ser buenos, por producir mucho líquido negro, por obtener los superávit, sino que lograrlo requiere ofrecer mucho en el presente para gozarse de ella en el futuro.
La historia humana nos somete en una enseñanza que requiere de nosotros cautela y realismo, perseverancia y sabiduría, tolerancia y moderación, porque tal como es posible pasar del despotismo a la libertad, también es posible el cambio de la tortilla, es decir, de la libertad al despotismo. Y para que esto no suceda, evidentemente, conviene crear confianza en y con los demás, respeto, respeto y protección de los bienes comunes, compromiso de respeto a las instituciones y a la Ley. José Ortega y Gasset, afirmó en su tiempo que “la libertad nos obliga a ser muy exigentes con nosotros mismos. Porque si ya lo hemos conseguido, la segunda parte es luchar para hacerla preservar, porque es muy frágil y delicada”. Por otra parte, merece tener presente que “un país avanza hacia un desarrollo mucho más sostenible y equilibrado cuando sus ciudadanos son y se siente libres, y no sólo porque tiene una renta per capita elevada”.
Entre la democracia y la libertad de expresión, asegura Harry Kaven Jr.
[2] que “La Libertad de Expresión está tan próxima al corazón de la organización democrática”, estas reflexiones encajan sin error alguno, “en los estrechos lazos que hay entre libertad de expresión y democracia”; y demuestran que a pesar de la larga tradición existente entre estos dos concepto, seguimos desconociendo la sociedad en la que vivimos. La Libertad de Expresión no es un término binario, o se tiene o no se tiene, no puede aceptarse a medias, ya que esa aceptación sería algo así como decir que una mujer está medio embarazada, ¡pues no! ¡O está embarazada o no lo está!. No puede existir nunca el término medio cuando se centra en considerar la Libertad de Expresión como principio Fundamental para la persona humana.
En otras palabras, La Libertad de Expresión se encuentra siempre al servicio de la democracia, es un derecho que necesariamente acompaña los regímenes y sistemas políticos democráticos; porque es un derecho humano, pues con este derecho se desarrolla y se consolida la democracia; de la misma manera cuando se habla de Estado de Derecho, se debe encontrar un Poder Ejecutivo, un Poder Judicial, un Poder Legislativo, un Poder Ciudadana y un Poder Electoral verdaderamente autónomos y eficaces; constituye un derecho natural del hombre, comunicarse con sus pares, bien sea a través de gestos, escrituras o la palabra. Limitarle este derecho es limitar la condición natural del hombre de su interactuar, socializar, crecer y desarrollarse con sus semejantes.
Me atrevería decir que “el hombre no es, sin la libertad de expresión”. La Libertad de Expresión, como indica su propia tonalidad, está por encima de los intereses económicos de los grupos de poder, por encima de cualquier capricho de poder y de los estrechos pensamientos de aquellos que intentan acallar las voces de los con voces. Y de hecho, es un derecho que consta tanto en las Constituciones de los Estados como en la Declaración de la Carta de las Naciones Unidas y para nosotros los africanos, está recogido también en la Carta Africana de los Derechos Humanos. Nosotros, los hombres libres, de forma especial, los periodistas, los comunicadores e informadores debemos defender persistentemente este derecho, si queremos contribuir al desarrollo de las sociedades.
En nuestro país, Constitucionalmente es innegable el reconocimiento de la Libertad de Expresión, porque, es Constitucional y legislativamente forma parte de los pilares que deberían sostiene nuestra joven democracia, “comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o de comunicar informaciones o ideas, la libertad de manifestación sin injerencia de autoridades públicas y sin consideración de fronteras”. Forma parte de entre los derechos fundamentales e inviolables asumidos por nuestro Estado desde la Constitución del 1968. Esto es así, porque si tenemos en cuenta que todos nuestros derechos políticos, civiles y sociales tienen como principal alforja “la libertad de expresión”; por citar unos ejemplos: el derecho a la manifestación y a la reunión, a la asociación y a la constitución de sociedades no gubernamentales, a la movilidad, a la investigación, a las publicaciones, al clero, a una buena alimentación, a un mejorable salario…. Este es el ideal, que todos conocemos de los principios y valores de nuestro Estado; pero, a pesar de esta buena voluntad legal, en nuestras caras se lee otra expresión de deseo a estos principios.
Para el bien de toda sociedad democrática con vocación al desarrollo humano, no sólo basta el reconocimiento de los derechos por leyes, sino que el mayor problema suele surgir en la aplicación del cumplimiento de estos derechos; en este caso, la Democracia y la Libertad de Expresión. Por esta razón, nos hemos complacidos con la definición de Nelson Mandela muy lejana de los pilares occidentales, para evitar las verberaciones de influencias del norte, resulta ser muy generosa para cualquier ciudadano y cualquier dirigente asumir que “si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos elementales de las personas, la democracia es una cáscara vacía, aunque los ciudadanos voten y tengan Parlamento”.
La Libertad de Expresión está mediatizada en muchos de nuestros núcleos de convivencia socioculturales, políticas, y económicas ya que la plataforma de expresión está en franquicia; y naturalmente, de los monopolios de la información. De acuerdo a este razonamiento, los Medios de Comunicación Social están siendo utilizados para atentar contra la necesidad democrática de la sociedad. Los gobiernos, en estos casos, impiden que el ciudadano común tenga acceso de dar sus opiniones sobre las cuestiones públicas, por divergentes que estas puedan ser. Éste es otro de los parámetros que todos nosotros podemos utilizar inteligentemente para bascular el peso que tiene esta libertad. Las Mass Medias y su lenguaje constituyen el reflejo fiel de la imagen de una democracia y la libertad de expresión de cualquier sociedad actual.
Existe otro antecedente del porqué muchos gobiernos prefieren tener controlado los medios. Se convierten los dirigentes en el Estado. Esto sucede, cuando la corrupción se convierte en una actividad normal y corriente de unos pocos para el perjuicio de la mayoría. “Si efectivamente se consiguiera que en gran parte de nuestras sociedades, los Medios de Comunicación estuvieran menos controlados, muchos de los que hoy practican la corrupción se verían descubiertos por la sociedad. Una libertad de expresión bien practicada es consecuente, para que haya una libertad de prensa”.
A modo de conclusión, reconoceríamos que la Democracia es por hoy, el mejor régimen político posible, evidentemente, porque propulsa el respeto a la persona, valora las capacidades de las personas, reconoce la autonomía económica, promueve el desarrollo de las culturas, y evita en todo momento, el dominio del hombre al hombre. Repulsa la plutocracia que algunos dirigentes, en especial africanos, quines pretenden utilizar para permanecerse en el poder. No obstante, cabe también resaltar que todos estamos inmersos en esta cloaca política, que directa o indirectamente somos cómplices pasivos cuando nos volvemos sordos, ciegos, fríos y mudos frente a los ataques y manipulaciones que padecen las sociedades, por obras de unos pocos que nosotros por medio de las urnas hemos elegido como nuestras representantes.

“No basta cuchichear al lado de las cascadas, sino en la conciencia reivindicatoria”.


[1] José Mª Aznar, Cartas a un Joven Español. Editorial Planeta, Barcelona, 2007.
[2] Harry Kalven Jr. The Negro and the First Amendment ( Chicago: Univ. of Chicago Press, 1965), p.6